
Despacio. Esa es la palabra. Tenemos prisa, pero de qué tenerla. Tenemos tiempo, o no.
El tiempo es una magnitud física de medida un tanto extraña. Sin una observación activa, podemos afirmar que no existe. Esa es la principal diferencia para con Dios. O quizá no, con la disposición apropiada, podemos ver, sentir o al menos intuir lo divino. Pero estaremos jugando con una mecánica biológica selectiva, no nativa, libre y natural. Por tanto, es solo algo abstracto, subjetivo y circunstancial, como la fe.
Su aparente flexibilidad solo se aprecia cuando no se percibe la frontera. La fe solo se nota cuando no se busca la meta inmediata. La causalidad la excluye.
Como músico, el tiempo es algo de excepcional interés para mí.
Si la entropía es cíclica, el tiempo no es consecuente, puesto que no podría describirse como una línea, sino como una cuerda sin fluctuaciones que gira sobre si misma, formando un círculo. Ahí entra la Cábala.
La principal duda que me inquietaba de pequeño cuando me contaban la historia del Paraíso Celestial cristiano es ¿y qué va después? Y un Pastor de prestigio me respondía: eso son palabras terrenales, en el Cielo gozaremos de la plenitud de Su Palabra y Su Obra para toda la Eternidad. Y yo respondía: ¿no vamos a hacer nada más?
Os explico. Se comenta que una vez acabe el reinado del mal sobre este pequeño planeta, se vendrá un Juicio Final donde los océanos y la tierra devolverán sus muertos.
Los que sean buenos, o absueltos más bien, irán de cabeza al Cielo, uno recién inaugurado con olor a reciente llamado Nueva Jerusalem. Los malos... ya se sabe, Highway to Hell!
Pues mi principal inquietud con esta historia es la anteriormente citada. Imaginemos por un momento que soy salvo, y con un derroche de imaginación, que entro en el Cielo. Cruzadas las puertas, solo queda por hacer en ese limbo gaseoso la oración, el cántico y la alabanza al Creador. Es lo más parecido a estar en el paro tirado en un sofá cómodo viendo y animando a tu selección de fútbol favorita.
Eso pensaba con siete años, con ocho ya estaba trabajando.
La Kabbalah dice que es tiempo de duda, y nos exime de nuestra curiosidad alegando que la búsqueda nos ofrece sabiduría, y la sabiduría es un regalo divino, no evolutivo ni genético. El afán de conocimiento se rivaliza con el afán de alegorizar en apenas diez o quince símbolos lo complejo de la existencia y la no-existencia.
Los budistas, refugiados en su Dharma, Shanga y Karma, tienen un concepto del tiempo eterno. Frente a la ciencia moderna, que lo asedia como algo algorítmico, finito. Creo fírmemente que los dos se equivocan, que todos erran, precisamente por sus obtusas definiciones y su necesidad inherente de definir lo puramente indeterminable, etéreo.
Por tanto, en la tercera y última entrega de este primer bloque de cosas o koshas, les ofreceré mi respuesta, la que 'temporalmente creo haber encontrado de manera fortuita'.
Y, por cierto, en el Cielo no hay WIFI. Cuando fenezca la revolución generacional geek, habrá otra con otros chistes más interesantes. Así que ser pacientes y a entretenerse con algo distinto a todo lo anterior. Ahí está la clave.
El tiempo es una magnitud física de medida un tanto extraña. Sin una observación activa, podemos afirmar que no existe. Esa es la principal diferencia para con Dios. O quizá no, con la disposición apropiada, podemos ver, sentir o al menos intuir lo divino. Pero estaremos jugando con una mecánica biológica selectiva, no nativa, libre y natural. Por tanto, es solo algo abstracto, subjetivo y circunstancial, como la fe.
Su aparente flexibilidad solo se aprecia cuando no se percibe la frontera. La fe solo se nota cuando no se busca la meta inmediata. La causalidad la excluye.
Como músico, el tiempo es algo de excepcional interés para mí.
Si la entropía es cíclica, el tiempo no es consecuente, puesto que no podría describirse como una línea, sino como una cuerda sin fluctuaciones que gira sobre si misma, formando un círculo. Ahí entra la Cábala.
La principal duda que me inquietaba de pequeño cuando me contaban la historia del Paraíso Celestial cristiano es ¿y qué va después? Y un Pastor de prestigio me respondía: eso son palabras terrenales, en el Cielo gozaremos de la plenitud de Su Palabra y Su Obra para toda la Eternidad. Y yo respondía: ¿no vamos a hacer nada más?
Os explico. Se comenta que una vez acabe el reinado del mal sobre este pequeño planeta, se vendrá un Juicio Final donde los océanos y la tierra devolverán sus muertos.
Los que sean buenos, o absueltos más bien, irán de cabeza al Cielo, uno recién inaugurado con olor a reciente llamado Nueva Jerusalem. Los malos... ya se sabe, Highway to Hell!
Pues mi principal inquietud con esta historia es la anteriormente citada. Imaginemos por un momento que soy salvo, y con un derroche de imaginación, que entro en el Cielo. Cruzadas las puertas, solo queda por hacer en ese limbo gaseoso la oración, el cántico y la alabanza al Creador. Es lo más parecido a estar en el paro tirado en un sofá cómodo viendo y animando a tu selección de fútbol favorita.
Eso pensaba con siete años, con ocho ya estaba trabajando.
La Kabbalah dice que es tiempo de duda, y nos exime de nuestra curiosidad alegando que la búsqueda nos ofrece sabiduría, y la sabiduría es un regalo divino, no evolutivo ni genético. El afán de conocimiento se rivaliza con el afán de alegorizar en apenas diez o quince símbolos lo complejo de la existencia y la no-existencia.
Los budistas, refugiados en su Dharma, Shanga y Karma, tienen un concepto del tiempo eterno. Frente a la ciencia moderna, que lo asedia como algo algorítmico, finito. Creo fírmemente que los dos se equivocan, que todos erran, precisamente por sus obtusas definiciones y su necesidad inherente de definir lo puramente indeterminable, etéreo.
Por tanto, en la tercera y última entrega de este primer bloque de cosas o koshas, les ofreceré mi respuesta, la que 'temporalmente creo haber encontrado de manera fortuita'.
Y, por cierto, en el Cielo no hay WIFI. Cuando fenezca la revolución generacional geek, habrá otra con otros chistes más interesantes. Así que ser pacientes y a entretenerse con algo distinto a todo lo anterior. Ahí está la clave.
***